En cada salida entendimos que nuestros cuerpos expuestos absorben y repelen, intentan protegerse bajo los propios protocolos, y nos preguntamos cómo y de qué protegerse. En cada
acción surgían nuevos interrogantes acerca de qué es conveniente: ¿El alimento alienante externo que envenena el raciocinio, el espíritu y la biología? ¿Seguir alineados en una nueva normalidad o transformarse en negros corderos? ¿Expandir los límites del cuerpo y pensamiento? ¿Crear protocolos propios de un mundo ideal?
Las imágenes que generamos son la imagen de la interrupción: un grupo de performers salíamos con nuestro propio protocolo (ropa de bioseguridad, máscaras de oveja negra, cintas métricas, alcohol en gel, guantes descartables). Un participante del grupo transmitía en vivo por redes y el otro registraba en foto y video, siendo parte de la misma acción como agentes de prensa y realidad expandida. La reacción del espectador, que no ha sido invitadx a ninguna función es diversa, subjetiva, portadora de innumerables sentimientos e ideas. De tal modo las reacciones del contexto nos interpelaban también a nosotras las performers durante
nuestras salidas, realizando acciones cotidianas (cajero, bar, supermercado, playa, autobús, etc.), así como también a nosotras las artistas post-performance. Los cambios de fase (otra vez
la realidad) nos transforman las acciones y el devenir de nuestra obra, que estaba constantemente marcando el metro y medio de distancia física (no social) y sus derivas*.

*las cintas métricas, así como las distancias, caen y suben y caen, fallan, se doblan, se retrotraen y golpean…